lunes, 19 de diciembre de 2016

Haití: Visión borrosa sobre lienzo negro o “El color en tiempos de cólera”



Hace dos semanas aterricé en Jéremie, “la ciudad de los poetas”, en un helicóptero de la MINUSTAH. La visión área de un entresijo de madera y hierro arrasado por la fuerza de la naturaleza me hizo temblar. Sin darme tiempo a salir de mi estupor, me recogieron en un coche oficial mientras directivos de la ONU ocupaban de nuevo el helicóptero, me pusieron chaleco, tarjeta SIM y cuaderno en mano y me enviaron a investigar un pequeño brote en medio de alguna parte. 

Día a día voy dando pinceladas de luz a la fotografía borrosa de este país. La primera evidencia ha sido constatar cómo, tras el huracán, el miedo al cólera ha traído el cólera: nuestra definición de caso es tan sensible y su confirmación es tan difícil que los centros de tratamiento habilitados ex profeso dan cobijo y un poco de consuelo cualquier paciente con diarrea aguda que tenga a bien acercarse. Cada una de las ONGs que vinieron, vienen y seguirán viniendo, conquista un pequeño territorio, pone una bandera y oferta un servicio con más o menos criterio. 

El pesado tanque de la ayuda internacional se desplaza lento y sin destino aparente, dando limosnas a una sociedad que lo percibe como una presencia ajena e incómoda. Es contradictorio y francamente poco operativo intentar dar una respuesta rápida a una epidemia crónica en el contexto de una emergencia crónica, pero más duro pensar si con nuestras acciones no estamos contribuyendo a cronificar ese estatu quo.

Durante mis largas rutas de estos días, he necesitado siempre la compañía de personas locales, que me han dado de comer cuando tenía hambre, de beber cuando tenía sed, o han traducido la poca información útil que he creído poder aportar. Cada día me he preguntado si mis aportaciones compensan el coste de mi desplazamiento. 

Sin embargo, mientras los peces gordos y torpes nos devanamos los sesos en un mundo paralelo de ecuaciones imposibles y estrategias sesgadas, la vida sigue su curso tranquilo: la hierba de un verde intenso vuelve a brotar entre los escombros, los mercados recuperan su bullicio salvaje que supera el umbral de mis pituitarias, los jóvenes se reúnen al borde del mar y miran el horizonte, comen pescado asado y reciclan lo que perdieron.

Al salir del trabajo, me encuentro al grupo de blancos con cara de autocomplacencia en la única tienda de productos importados y pienso que aquí hemos venido todos a lavarnos las manos. De camino al hostal doy las buenas noches al carguero oxidado encallado en el puerto, preguntándome si hace cinco días, cinco años o cinco siglos, debimos desembarcar.