La Náusea ha quedado allá lejos, en la luz amarilla. Soy feliz; este frio es tan puro, tan pura la noche; ?no soy yo mismo una onda de aire helado? No tener ni sangre, ni linfa, ni carne. Deslizarse por este largo canal hasta aquella palidez. Ser sólo frio.
"La Náusea", Jean-Paul Sartre
martes, 4 de marzo de 2014
domingo, 9 de febrero de 2014
La ridícula idea de no volver a verte
“La
ridícula idea de no volver a verte”. Así titula Rosa Montero su radiografía
sobre el dolor de Madame Curie a la muerte de su esposo, una crónica en espejo
del propio dolor por igual motivo. Rosa ha tenido la valentía de escribir un
libro franco, sencillo, desnudo, desde las entrañas. Una especie de auto terapia
que ha convertido en bálsamo para el alma colectiva. Me ha gustado que comparta
esa intimidad con los lectores, esa pequeña parcela de dolor y reflexión madura
que parece debería quedarse en el fondo de la almohada, en el agua de la ducha,
en nuestro paño de lágrimas, en la cuenca de los ojos, en la punta de los dedos
o sólo en los oídos de nuestros más cercanos confidentes.
Sin embargo el libro también habla, y sobre todo, del #Amor que rompe moldes; creativo, efervescente, fosfórico y ácido, como el chisporroteo de una conexión neuronal. Como el brillo de ese radio aislado durante meses en la oscuridad de un chamizo que hacía de laboratorio, como cada reacción química, también radioactiva, que a medida que unía a Pierre y a Marie los destruía por dentro. Probablemente el motor de su vida aceleró su muerte. Cada uno de esos días extenuantes, masoquistas, delirantes, en que arrojaban un poco más de Luz al túnel oscuro del Saber, iban dejándolos ciegos. Murieron sin saber que el fruto de sus entrañas y de sus sesos los estaba matando poco a poco. Y aún sabiéndolo, probablemente no hubieran renunciado a su propósito.
Rosa decía que
hace años aspiraba a escribir un gran libro sobre la Humanidad, y que ahora sólo
aspira a la Libertad. Que sólo contando las historias desde dentro, desde los
derrumbes y las miserias, en un viaje al interior de uno mismo, en un canto desgarrado,
somos capaces de aproximarnos a la canción colectiva.
Seguramente Marie, aspirando solo a la Libertad,
marcara un hito en la Historia de la Humanidad.
Seguramente desde sus derrumbes, desde sus miserias, desde sus fantasmas,
lograra alzar la voz en este gran coro del mundo.
#Palabras, #Libertad, #Ligereza,
#Honrar a los padres, #Hacer lo que se espera. Estos y otros lugares comunes
forjan la personalidad de una mujer recia, estoica, perseverante y auténtica.
Sé que a Rosa le gustan las
#Historias de Mujeres, yo prefiero hablar de historias de personas, pero en
este caso la cuestión de género se hace ineludible, y reconozco que me ha producido gran regocijo ver ese par de tetas entre tanto premio Nobel en aquellas
fotos en blanco y negro.
Uno de los grandes
valores de Marie fue que su aspiración sólo a la Ligereza, sólo a la Libertad, le
empujaba a una completa renuncia material. Renunció a patentes y privilegios. Descuidaba
el vestido, se olvidaba de comer, se quedó como el espíritu de la golosina. Porque
¿cómo amar lo material siendo lo sustancial tan enriquecedor?, es como quedarse con el envoltorio del
caramelo. Ella solo ansiaba luchar de sol a sol por engrandecer su nombre y su
laboratorio, por honrar a su marido, por hacer más universales sus méritos, por
crecer desde dentro y no en la forma. Toda una lección en estos tiempos
modernos. Incluso tuvo la oportunidad de llevar a la práctica el conocimiento
adquirido, poniendo en funcionamiento las primeras máquinas de rayos X al pie
de las trincheras de la I Guerra Mundial.
Pierre estaba
debilitado por la radiación acumulada y absorto en sus pensamientos
cuando resbaló bajo la lluvia de abril y fue atropellado por
un coche de caballos. Porque también la muerte es como un chisporroteo
que azota y asola el alma, dejando un campo yermo sobre el que volver a
cultivar. Así, Marie se quedó sola, desgarrada, con una herida abierta en el
alma y otra en los sesos (dicen que besaba los sesos de su marido desparramados
por las aceras). Y así, desde esa
ridícula idea, porque no se explica con las matemáticas, ni con la física, ni
con la química, esa ridícula idea de no volver a verte, esa imposible ecuación
que nadie ha resuelto aún, Marie fue capaz de, como dijo Pierre al conocerla, hacer
de la realidad un sueño, y convertir ese sueño en realidad.
En las últimas
páginas, tan enfrascada me encuentro en la lectura de este pequeño libro, que
salgo del metro con él en la mano, olvidando dentro el resto de mis
pertenencias. A medida que observo cómo se alejan en el vagón, me recorre un
pequeño escalofrío de desnudez. Otro de gozo. Empiezo a sentir, también yo, esa
extraña #Ligereza, esa extraña #Libertad, esa ridícula idea de no volver a
verte. Ahora, siento que soy capaz de amar más. Y solo espero que
sigamos amándonos de esa ridícula forma en todos los rincones
del planeta. Desnudos y sin artificios.
Supongo que
habrá sido el último guiño de los Curie a su joven, absorta y embelesada
lectora.
domingo, 19 de enero de 2014
Abecedario
Almohada.
Barbarie.
Cenizas.
Dádiva.
Esclarecer.
Fetiche
Gárgola.
Hermético.
Ignoto.
Jauría.
Kathmandú.
Limosna.
Llovizna.
Melancolía.
Néctar.
Omnipresencia.
Pétalo.
Quimera.
Rueca.
Susurro.
itilante.
Útero.
Verga.
Wey.
X.
Yunque.
Zozobra.
Es un comienzo.
jueves, 2 de enero de 2014
Pequeño mundo
Curioso como un texto escrito durante la Guerra Civil sigue teniendo vigencia en nuestros días. Esta mañana observando el vagón del metro pienso en algo parecido a lo que empiezo a leer. Certero y sensible desde la Tierruca:
"El departamento del tren me parece un pequeño mundo en el que no cabe la gente. Y es, en verdad, una miniatura cuadrada del mundo. Aquí
veo yo las diferentes manifestaciones del egoísmo, la paciencia, los
deseos de comodidad, el cansancio, la incultura, la humildad, la
educación. Un departamento del tren, cuando ya no cabe en él más gente, es una síntesis del destino de los hombres en el mundo. Unos van de pie, transidos; otros sentados.
El mundo, en aquel
joven arrellanado en la orilla, que mira con hostilidad al compañero de
viaje suplicando un poco de sitio para descansar; en aquella mujer que
cierra la portezuela violentamente, para que no entren más; en aquél que
dice malas palabras porque le apretujan; en el que soporta
resignadamente el cansancio, de pie, tambaleándose en las revueltas; en
aquél otro indiferente, imperturbable, que sigue leyendo un libro tonto.
El mundo, el mundo,
aquí, sobre unas ruedas en perpetuo enojo, desenredando su furia
esclava. Gente de pie, gente sentada. Comodidades que no se compadecen.
Cansancios que miran con envidia, con ira silenciosa o con resignación.
Los que van sentados, se miran contentos. Parecen buenos amigos,
felices, que van a gastar dinero, a ver al amante, a visitar tierras
propias en comienzos de germinación…
Los que van de pie
parecen más amables entre sí, quizá por eso de que el sufrimiento
hermana consuelos, de que la analogía de tristezas compenetra almas.
Pero cuando se marcha uno de los que van sentados, se rompe esa
reciprocidad de buenas miradas. Todos desean ese sitio de alivio que
queda vacío. Todos hacen ademán de ir hacia él. Y el que consigue
sentarse, a los pocos instantes ya es como uno de los que van bien. Ya
no es como cuando iba de pie, cansado, soportando
fatiga quieta, que es la peor fatiga. Ya es amigo de los que van como
él… Es como si nunca hubiera ido con los que van de pie…"
“Dolor de tierra verde”. Manuel Llano. 1936.
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