domingo, 27 de octubre de 2013

Desnudez



La desnudez no es lo que pasa cuando te quitas la ropa.

Ese desnudo está lleno de prejuicios. Es carnoso y pesado. Medible. Contable. Incluso estandarizado. Me atrevo a ponerle letras, números y adjetivos, a decirme de dónde me sobra o me falta, frente al espejo. Me quito la ropa en el baño, en los vestuarios de la escuela de danza. Miro. Me miran. Enseño, tapo o dejo entrever, creando una ecuación perfectamente ajustada entre el recato, el decoro, la erótica, la elegancia o la dejadez. Compro y vendo centímetros de desnudez como en una mercería.

El desnudo de hoy es puro artificio, fiesta de disfraces de todo a mil. Es como el verano de Ibiza: bronceado, siliconoso y eternamente joven. Así, cuanto más mostramos, más perdemos el tacto y el contacto, más nos cubrimos de mentiras.



Hoy doy la bienvenida al otoño caminando por el paseo de las Acacias. Para mí es el paseo de la Desnudez. Antes, no solo me he quitado la ropa, también la piel, el músculo y el hueso. He lavado los surcos. He expandido la risa y las cosquillas por los cuartos vecinos. Me he sacudido el polvo. Me he secado las lágrimas.Tengo un gemidito ahogado en el fondo del vientre.

Ahora todo es tranquilo, callado y melancólico.

Me gusta el otoño porque está desnudo de artificios.

Así es la desnudez. Como el estallar del otoño, que atesta de hojarasca las aceras,

que se despoja de vestigios del pasado,

que muda de piel cada año,

que se muestra tal como es, seco y austero. Fósil de eternidad.



La desnudez es liviana y rotunda. Es poderosa.


Y yo. 

No me desnudo cuando me quito la ropa.

Me desnudo cuando te miro a los ojos.

Me desnudo cuando me tiendes la mano.

Me desnudo cuando me pierdo en tu ausencia.


La desnudez no es anclarme a tu piel 

sino fundirme en tu abrazo.

No es entreabrir la puerta sino sacar a la luz  

el tallo sin espinas de la flor de mi vientre.


Es una nota de música suspendida en el viento.



La desnudez es la palabra, sola y temblorosa.