domingo, 25 de marzo de 2012

Por la nariz

A veces lloro
por la nariz.

Lloro mucho más salado.

Tulipanes

Había recibido más de veinte llamadas esa tarde, cosa no acostumbrada para una mujer tan desapegada al teléfono móvil como yo. Todo me era ajeno, pero lo iba a haciendo mío.

Un cambio de estatutos, validación de una encuesta, conflictos laborales, incompatibilidad  de horarios, fechas de seminarios, límites de entrega, resultados de exámenes, pruebas de laboratorio…, y un qué tal de mi madre, y cómo y cuándo, y dónde y a qué horas… y ellos solos en casa, y él que deja la carrera, y cada uno a lo suyo…, problemas de salud, nefrólogos, psiquiatras, una compañía de autobuses, precio de la gasolina, un vuelo a deshora, llegada el miércoles noche… crisis de ansiedad, estrés acumulado, pastillas para dormir, hojas por minuto, facturas de teléfono… crisis de pareja, gritos, murmullos, silencios incómodos… y una propuesta de cine, otra de copas, otra de sexo encubierto.

Cuando estoy a punto de tirar móvil por la ventana, llama ella con su voz angelical: “Laurita, ¿has visto como han crecido los tulipanes?, florecieron cuatro esta mañana. Jajaja, perdona, solo te llamaba para eso, es que me ha hecho mucha ilusión”.

Me hizo sonreír. Es ella quien los riega todas las mañanas, pensé.

Y pensé en esa flor que tengo dentro de mi vientre.

Y decidí retirarme a darle también de beber.

miércoles, 21 de marzo de 2012

París-Charles de Gaulle


Subo en el último metro un miércoles a horas intempestivas, cargada de apuntes y libros, la mochila de baile, la cartera vacía, cansancio acumulado. Aprovecho para leer un artículo. El metro está prácticamente vacío, yo tengo completas las próximas horas de los tres próximos años. ¡Quién sabe si una vida entera! Me siento un poco alienada. Suspiro hondo.

A medio camino, se sienta enfrente una de esas mujeres que siempre me han provocado una mezcla de lástima y admiración. Zapatos de tacón alto, baratos, con tierra en la puntera, medias rotas de rejilla. Un vestido rojo, ceñido y escotado, dejando a la vista unas libras de carne en el límite entre la dignidad y el esperpento. Feminidad generosa y desgastada, algo irreverente, con un tirante caído y la frente alta. Tiene una mirada vieja y astuta. No se sabe si escupe o sonríe al mundo. Una Magdalena de los tiempos modernos. ¡Cuánta frustración la habrá golpeado, cuántas cicatrices tendrá en el vientre, cuántos jardines de vástagos habrá plantado, cuánto semen habrá trillado, cuántas semillas habrá recogido! Su expresión me sobrecoge, es de una profundidad vertiginosa y triste. La miro y querría tenderle la mano, querría pedirle que me susurre sus secretos, vieja hechicera extasiada de vida. No creo que tenga muchos más años que yo.

No lleva cartera ni bolso. Mira al infinito, parece flotar por encima del traqueteo de los vagones. Observo que posee, como única pertenencia, una hoja de papel doblada entre los dedos. Por un momento, sale de su ensimismamiento. La desdobla. La mira. Es una de esas tarjetas de embarque de las compañías “low cost”. Destino: Paris-Charles de Gaulle. Suspira. Esboza una sonrisa. Alcanzo a ver algo de brillo en sus ojos enmarcados de tinta sucia.

Me miro.  Mis corsés, mis látigos, mis esposas, mis cadenas. Y pienso quien será más libre de las dos.  

lunes, 12 de marzo de 2012

“Politics is nothing but medicine at a larger scale”

Breve reflexión acerca de la relevancia y vigencia de los argumentos de Rudolf Virchow

Rescato esta pequeña reflexión de mis archivos de trabajo del master, dada la vigencia de estos argumentos colectivistas para la actuación sanitaria... !y porque soy salubrista, qué narices! que lo disfrutéis....




La idea de que la política no es sino medicina a gran escala y que la medicina no es sino política bien entendida fue acuñada en la segunda mitad del siglo XIX por quien puede considerarse uno de los padres de la epidemiología social: el visionario, comprometido activista y anatomopatólogo de formación, Rudolf Virchow. El característico perfil del doctor Virchow le permitió desarrollar una visión tangencial adelantada a su época: así como las células pueden considerarse ciudadanos del organismo también cada uno de los individuos se encuentran engarzados e íntimamente relacionados en la sociedad, por lo que la población puede ser asimismo considerada como un sistema con un funcionamiento colectivo. Realizar una aproximación individual a la salud o al comportamiento humano nos convierte por tanto en “prisioneros de lo cercano” (2).

Del mismo modo, así como un disturbio a nivel molecular, celular o tisular arrastra al organismo, el organismo social puede igualmente enfermarse. La salud de la población va más allá de la suma de la salud de los individuos. Tendencias poblacionales como el tabaquismo, el alcoholismo, el suicidio, la obesidad o la hipertensión, que son consideradas las grandes epidemias de nuestro tiempo, tienen como base subyacente la violencia, la inestabilidad social, el desempleo, el estrés o la insatisfacción ciudadana, mientras que la cohesión social y el desarrollo económico son capaces de cimentar y construir una sociedad más saludable en todos los aspectos.

Por lo tanto, salud y enfermedad pueden considerarse la encarnación del éxito o el fracaso de la sociedad en su conjunto (1), y la única solución para atajar los males que la adolecen pasa por desarrollar políticas justas e igualitarias, considerando la inequidad social la raíz de la enfermedad y el buen gobierno el arte de curar a gran escala, pues “el médico cura paciente a paciente y el político millón a millón” (4).

Las políticas cuyo objetivo primordial persigue la reducción de desigualdades sociales han demostrado tener un efecto beneficioso en indicadores de salud tales como la mortalidad infantil o la esperanza de vida (3).  Por tanto, más allá de su figura romántica y su ideal utópico hallamos que la búsqueda de soluciones para la salud poblacional es científicamente válida y políticamente justa.

Los argumentos de Virchow siguen vigentes en nuestros días a través de iniciativas como el movimiento “Salud en todas las políticas”. Sin embargo, la orientación del mercado de la globalización neoliberal ha pujado en contra de la estabilidad social en general y de las equidades en salud en particular. Los políticos se desenvuelven entre conflictos ideológicos y de intereses, en una escala de tiempo cada vez más limitado y bajo el implacable yugo de los medios de comunicación.

Cabe plantearse por tanto: ¿cómo encarar los retos de una sociedad cada vez más globalizada, más encarnizada, más vertiginosa, más imprevisible? La solución pasa por el activismo y el compromiso político. No puedo dudar de que es un terreno sólo apto para, como Virchow, cabezas pensantes y corazones ardientes, mucho más carismáticos, mucho más revolucionarios, mucho más salubristas, y tal vez también un poco (anatomo)patólogos.



Referencias bibliográficas:

1.      Mackenbach JP. Politics is nothing but medicine at a larger scale: reflections on public health’s biggest idea. Journal of Epidemiology and Community Health. 2009 Mar 1;63(3):181 -184.

2.      Mc Michael AJ. Prisoners of the proximate: loosening the constraints on epidemiology in an age of change. American Journal of Epidemiology 1999; 149:887-97.

3.      Navarro V, Muntaner C, Borrell C, Benach J, Quiroga Á, Rodríguez-Sanz M, et al. Politics and health outcomes. The Lancet. 16;368(9540):1033-1037.

4.      Porter D. Doctors, politics and society: historical essays. Amsterdam: Rodopi, 1993.


Violencia estructural

He de reconocer que pese a la visceral indignación que me ha inspirado el discurso de ese personajillo enjuto con delirios de grandeza, concuerdo con él en términos, que no en contenidos. Es más, sentí un extraño regocijo, esa especie de alivio mezclado con resignación del que hemos hablado en alguna ocasión, al escuchar de una vez por todas salir de la boca de uno de sus artífices el término “violencia estructural”, aunque sin duda en un contexto bastante desatinado. En esta ocasión, el Señor Ministro de Justicia hacía mención a lo que considera la “violencia de género estructural ejercida contra las mujeres por el mero hecho del embarazo, convertida en una presión que les lleva a abortar”.

Con permiso del Señor Ministro, ejerciendo mis derechos como mujer trabajadora en edad fértil, solicitaría un pequeño derecho a réplica.

Tras escuchar afirmaciones como “pienso en el miedo a perder el puesto de trabajo o a no obtener un empleo como consecuencia del embarazo; pienso en la presión que sufren muchas inmigrantes; pienso en mujeres que en este tipo de situaciones carecen de apoyos de los poderes públicos para poder libremente optar por una alternativa a la interrupción de su embarazo”, desearía aclararle que eso no es verdadera violencia estructural, Señor Ministro.

En primer lugar, porque la raíz de la violencia estructural no se halla en el momento de la concepción, sino que tiene un profundo trasfondo cultural de imposición sobre la mujer de todas las responsabilidades que tienen que ver con la vida sexual y reproductiva. Parece que no tenemos bastante con lo que nos han hecho la religión, la educación, la televisión y nuestros congéneres, así que después prepararnos concienzudamente para enfrentarnos al sexo, tras las noches en blanco, los conflictos morales, el dolor, los suspiros y las lágrimas, después de repetir hasta la extenuación que se pongan el condón y trasciendan su egoísmo, los transmisores de vástagos y de algún que otro germen se van de rositas dejándonos todo el pastel… y nos quedamos nuestro semen, nuestra semilla, nuestros microbios, nuestro flagelo… y encima tenemos que sentirnos culpables por decidir sobre nuestra maternidad y pedir absolución divina con unas migajas de legislación oliendo a siglo XVIII.

En segundo lugar, porque la violencia estructural no se encuentra en los claroscuros de la ley del aborto. Es más bien al revés. El derecho a la maternidad y el derecho a la vida, en términos estructurales, se ven abortados en el momento en que la mujer se ve impedida de satisfacer sus deseos genésicos. Cuando la estructura laboral y el mercado de trabajo nos arrancan la treintena arrastrando a nuestras parejas (si conseguimos mantenerlas), y nos acaban obligando a soportar un sufrimiento innecesario de pruebas y pinchazos y probetas y papeles y sueños truncados. En el momento en que la cigüeña viene, en lugar de con un vástago, con la deuda bajo el pico. En el momento que en la última encuesta del CIS atestigua que las mujeres de nuestro país desearían tener 2.3 hijos y sólo tienen 1.3. Preferiría hablar de violencia estructural más bien en términos de hijos no nacidos, habida cuenta de que, como decía nuestra COMPI, “la obligación de tener un niño no deseado es igual de flagrante que la de renunciar a uno deseado”. Así que parece que estamos matando a un hijo por familia, Señor Ministro, y eso sí es verdadera violencia estructural.

En tercer lugar, porque la violencia estructural no se ejerce sólo contra las mujeres sino contra la sociedad en su conjunto. La ejercen cada día en Wall Street, la ejercen con la reforma laboral, con las medidas de austeridad y los recortes sociales, la ejercen con su cambio de paradigma hacia un neoliberalismo sucio y encubierto, con su fiereza especulativa y su terrorismo financiero.

Así que no venga ahora, Señor Ministro, como un fraile de sotana polvorienta con su dosis de moral bien perfumada a poner un remiendo envenenado sobre la ya de por sí sucia dermis de la justicia española. Y de paso cortarnos los huevos (dígase ovarios). Si hemos sido capaces de sobrellevar siglos de discriminación, de cargar familias, de empujar sociedades y hasta levantar países, permítanos al menos ejercer, con la madurez que siempre nos ha caracterizado, el derecho a decidir sobre nuestra maternidad.

domingo, 11 de marzo de 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

Asistencia diferida a la creación de la UE

De aquella extraña y curiosa manera el europeísmo siempre me ha interesado. He viajado con considerable asiduidad por el continente, he hecho importantes esfuerzos de confraternización con sus integrantes, he vivido en la capital logística de la Unión y paso a golpe de péndulo del euroescepticismo al euroentusiasmo al menos una vez al año. Estas son algunas de las razones que me impulsaron a unirme a una asociación europea de residentes de mi especialidad en proceso de consolidación.

Intervenir en esta clase de eventos resulta a la par motivador y frustrante, pues te permite tanto formar parte de sus cimientos como adentrarte en los entresijos y claroscuros de su estructura. Además, me pareció un ejemplo ilustrativo del más que posible funcionamiento de los organismos de gobierno a gran escala.

Resumo, a grandes rasgos:
Podríamos bautizar el evento como la “4ª Cumbre Europea de Especialistas Inocentes a la par que Entusiastas”. Citas cuatrimestrales. Esta vez  con sede en London.
Dos días previos de ejercicio de agenda oculta entre “guinnes” y “pies” a tropecientos “pounds”, durante los cuales los franceses pretenden imponer su “oh la la”, los ingleses su “oh my God”, los italianos su  “andiamo andiamo” y a las que los españoles, si llegamos, llegamos a premeditada deshora pues nuestro toque “naive” constituye nuestra mejor forma de ejercicio de poder (cosa que desagrada bastante a unos anfitriones cuyo porte británico les impide expresar su desaprobación).

Llegado el día de autos, asisto a una jornada completa de discusiones vacuas, entre estatutos, puntos clave y visiones estratégicas encauzadas por los principales stakeholders locales. Palabras más reiteradas, tan contundentes en su forma como vacías en su contenido “Aim, aid, budget, compromise, consensus, cooperation, corporation, equity, ideals, limits, long term, purchase, responsibility, strategy, targets, vision”. Y una vez más, pelea de gallos de distintos acentos, unos con su té con pastas, otros con su queso “brie” y los más rústicos con su bocata de tortilla. Tras varios cientos de vocablos vacíos encajonados dentro de un reloj de cuco que no dejaba de sonar (¡ding dong ding dong!), sin dejar espacio a la espontaneidad, la fluidez sensata… me descubrí amarrada a mi improvisado escaño como una muñeca aprisionada en la caja del tiempo, el espacio y mi limitada capacidad léxico sintáctica anglófona. Me planteé qué sacaba en claro de todo aquello, qué teníamos en común, en qué nos parecíamos, por qué nos interesaba estar juntos. Al final del día, descubrí una parcial respuesta al discutir sobre cuál sería la próxima sede (fue el tema que más defendió cada interesado) y al trasformar los ipads y los notebooks en unas cuantas botellas de vino francés a tropecientos “pounds”, unas cuantas cervezas a otros tropecientos y media docena de cangrejos cuyo contenido no sabía desincrustar de su recipiente y tras disfrutar nuevamente de una retahíla de palabras vacías que culminaron con el intercambio de unas cuantas miradas lascivas al más puro estilo DSK, a las cuales decidí no conceder réplica alguna.  Para más inri, vomité la cena más cara de la historia y me retiré tan pronto como pude para analizar el juego desde una prudencial distancia.

¿Qué saco en claro de todo esto? En primer lugar, me resultó curioso cómo cada uno de nosotros proyectábamos  nuestro porte, nuestra historia, nuestra cultura y nuestro país de origen de forma mucho acentuada de lo que acostumbramos dentro del mismo, hasta parecer haber salido de uno de esos chistes de adolescentes (“se justan un inglés, un francés y un español…y el español se hace tortilla… ¡porque le pone más huevos!). Llegué a pensar que no podría haber mejores embajadores para una tira cómica satírica. Con cada alto transfronterizo, el inconsciente nos empuja a patriotizarnos hasta llegar a la caricaturización. Nos convertimos en nuestros propios guiñoles. Nos esforzamos por imprimirnos carácter castizo para distinguirnos del resto y reforzar nuestra presencia y sin darnos cuenta acabamos sepultados bajo nuestro estereotipo. He de reconocer que viajando por Europa es donde mas española me siento y más orgullosa estoy de serlo, marco mi acento, bailo sevillanas, defiendo hasta los toros y añoro las tapas y la paella. En el resto del mundo, no me hace falta, olvido mi origen, soy mucho más yo y disfruto de lo que cada cual tiene a bien ofrecerme, alabando y valorando cada pequeño gesto. Pero en Europa no. En este tipo de eventos parece que no puedes ser nadie sin una etiqueta roja y amarilla. Tal vez sea  una pueril forma de canalizar un encubierto complejo de inferioridad, miedos, prejuicios y reticencias infundadas. 

Tal vez en parte por eso la Unión es y no dejará de ser una entelequia, incluso para las venideras generaciones, porque será inevitablemente una reunión entre desiguales luchando por diferenciarse y persiguiendo un objetivo común muy artificial y un poco envenenado. No nos entendemos, no nos parecemos, ni siquiera nos queremos, vamos como viejos sabuesos exhibiendo nuestras singularidades, en una caricaturesca pasarela de idiosincrasias. Incluso me atrevería a  decir que muy probablemente nuestro idioma común sea tan solo el del deseo.


"What is the aim?", "what is the compromise?", "what is the vision?", no lo tengo nada claro (y lo hago extensible a las altas esferas), probablemente nada más allá de juntarnos de vez en cuando, de disfrutar del placer de debatir, de ejercer el poder, de practicar  la oratoria y tal vez de dar unas migajas de solidaridad cuando podamos permitírnoslo y principalmente cuando podamos obtener de ella algún beneficio, y de paso, perpetuar una hegemonía encubierta, disfrazada de estrellas doradas en círculo, ofrecer nuestros bienes y servicios, tangibles y placenteros, a cambio de imposiciones con ceros y decimales, y engancharnos al carro de los que tiran con fuerza, a ver si se nos pega algo (si es que eso es lo que queremos).

Pero no puedo negar que se me antoja a la vez un reto cuanto menos divertido el de mantenernos a flote en esta torre de Babel. Tenemos un pequeño exponente de la globalización a solo un par de horas de distancia, una compleja oportunidad de cambio, de riqueza inmensa de costuras y formas, un micromundo de una amplia gama de grises pero con iris de mil colores… !y eso es todo un aliciente para las miradas!. Así que cerremos la boca. Y mirémonos. 

El resto ya lo decidirá el Mercado, que anda, como yo, a golpe de péndulo.

sábado, 3 de marzo de 2012

No basta

No basta

albergarse al abrigo de un cruzar de brazos,
ahogarse en un llanto amargo ante la pantalla,
jurar, perjurar.
No basta
un penique en aquel rincón recóndito,
ni lavarse las manos de sonrisas forzadas
en el calendario.
No basta con la intención,
con el dinero, no basta.
No basta un efímero instante
de rebeldía,
esa palabra inaudible entre miles de palabras.
No basta un suspiro henchido de resignación.
Con el dolor, no basta.
No basta rozar con las uñas lo lejano,
porque las uñas mueren,
porque las uñas se cortan, tan rápido.
No basta alzarse, perderse, entregarse...
no basta, no, decir basta,
como renunciar no basta,
como ir a buscar no basta,
como el perdigón no basta,
toda una vida, no basta.
No basta.
Basta YA.